El imposible trabajo de calidad en el irrealizable capitalismo circular
Author
Escribano Gutiérrez, Juan
Publisher
Tirant lo BlanchDate
2025Subject
Economía circularTrabajo calidad
Capitalismo verde
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Aunque se consiguiera el reciclaje del 100% de los materiales utilizados en la industria tecnológica, de mantenerse los actuales niveles de crecimiento, se debería seguir extrayendo de la naturaleza, prácticamente, las mismas cantidades de recursos (Wilkman y Skånberg, 2017, p. 5) . En la actualidad, en nuestro país, el porcentaje de reutilización de residuos sigue siendo muy bajo. El objetivo de alcanzar el 55% de reciclaje para el año 2025 previsto en la Ley 7/22, de 8 de abril, de residuos y suelos contaminados para una economía circular, es algo casi imposible (Tribunal de Cuentas Europeo, 2023), dado que las tasas de recuperación de los productos actualmente producidos son muy bajas (Valero y Valero, 2021).
Hemos querido comenzar con estas contundentes afirmaciones en la convicción de que las posibles soluciones al grave problema medioambiental ante el que nos encontramos no tienen cabida en el marco de un modelo económico basado en la permanente concentración de capital. El crecimiento económico que ello implica choca con la advertencia científica, desde hace más de cincuenta años, de su inviabilidad a corto y medio plazo. No es el momento, sin embargo, de reiterar las argumentaciones al respecto y de afirmar nuestra convicción de la necesidad de revertir de manera radical el modo en que, en los dos últimos siglos, nos hemos relacionado con el planeta que nos cobija (Escribano Gutiérrez, 2022 y 2023b). En esta ocasión, pretendemos abordar el análisis de un nuevo concepto jurídico , uno más, creado para pretender “cambiarlo todo para que nada cambie”.
El concepto de economía circular barajado por los textos que aquí nos sirven como elemento de análisis no cuestiona, en ningún momento, la esencia del capitalismo y su carácter depredador. De este modo, como posteriormente reiteraremos, la economía circular se concibe siempre en el marco de la máxima competitividad y sin prever, en ningún momento, la reducción del consumo superfluo. Por el contrario, asume la necesidad de satisfacer dicho consumo a través de una imposible reutilización infinita de unos recursos cada vez más escasos.
Esta toma de postura de la supuesta economía circular capitalista choca, además, con una importante limitación, si aceptamos las propias reglas del juego propugnadas por los textos normativos actualmente existentes. Nos referimos a la baja competitividad de esta en un contexto de expolio de los recursos de los países empobrecidos y de extractivismo sin control que domina el actual modelo económico. Es decir, las economías circulares no son competitivas en el sentido propugnado por los textos que la regulan . Lo serían, evidentemente, si se incorporaran, en el cálculo de los respectivos costes económicos, el conjunto de los insumos que generan la economía lineal y la circular. En este sentido, la restauración de los ecosistemas dañados por las industrias extractivas, el coste de la gestión de los residuos generados o el precio de los tratamientos de aquellas personas afectadas en su salud dejan de valorarse a la hora de analizar el coste real de la economía lineal (Martínez Alier y Roca Jusmet, 2015, p. 509). Todo ello obviando el coste en vidas humanas que la industria tecnológica occidental se cobra en los países donde se extraen las materias primas indispensables para su lógica depredadora (Kara, 2024). De este modo, la economía circular nada puede hacer frente a ella en términos de “rentabilidad”.
Por otro lado, en el concepto mismo de economía circular hemos de valorar una cuestión a menudo obviada. Nos referimos a la imposibilidad de organizar aisladamente aspectos específicos de la economía sin tener en consideración la necesidad de relacionarla con el conjunto. De lo contrario, la entropía haría nimias sus teóricas ventajas (Riechmann, 2010). Solo se evitaría la segunda ley de la termodinámica si se organizara la economía globalmente y funcionara exclusivamente con energías renovables (Mayumi y Giampietro, 2019; Martínez Alier, 2016).
Así pues, partimos de una consideración muy poco optimista de las posibilidades de este nuevo concepto que se unen a los ya desgastados de economía sostenible, sustentable, transición justa, economía de carbono cero, etc. (Santamaría Arinas, 2016). En lo que respecta a nuestro objeto de estudio, observamos la misma lógica. Por una parte, se proclaman las bondades que este modelo de producción conlleva para el empleo, pero, sin embargo, apenas encontramos referencias reales al mismo (Vence Deza, 2023).
En definitiva, de las dos grandes posibilidades de afrontar la economía circular, o bien preservando el modelo actual basado en el crecimiento constante o bien entendiendo que solo transformando el modelo de económico de manera radical es posible transitar hacia realidades circulares, en la actualidad se aboga, claramente, por la primera opción.
En cuanto a una definición cabal de qué entendemos por economía circular, llama la atención la falta de precisión al respecto (Vence Deza, 2023). Es difícil encontrar una conceptualización adecuada más allá del mantra de la necesidad de superar la economía del usar y tirar (Kirchhner, Relke y Hekkert, 2017). Creemos que tal imprecisión no carece de cierta intencionalidad. Dejando abierta su definición, se consigue incorporar en los distintos planes de incentivos actividades que, dudosamente, se separan de la tradicional economía lineal.
Por el contrario, un concepto realmente útil de la misma debería incorporar las tres fases de producción, distribución y consumo. En los tres supuestos habría de partirse del objetivo de reducir no solo los residuos, sino también la utilización de energía y materias primas en actividades superfluas. Esta reducción sería, pues, contraria al crecimiento, al que no se quiere renunciar en el diseño del nuevo modelo de producción (Supiot, 2020). Se confía, para evitar el necesario decrecimiento, en una mejora tecnológica que nos permita incorporar de nuevo al proceso productivo residuos ahora desechados. En este sentido transita la definición más canónica de economía circular:
La economía circular es un sistema industrial que es restaurador o regenerativo por intención y diseño. Sustituye el concepto de "fin de vida" por el de restauración, se orienta hacia el uso de energías renovables, elimina el uso de productos químicos tóxicos, que perjudican la reutilización, y tiene como objetivo la eliminación de residuos a través del diseño superior de materiales, productos, sistemas y, dentro de esto, modelos de negocio (Ellen MacArthur Foundation, 2013, 7).
Hemos de advertir que la transformación necesaria de los métodos de producción para poder llevar a efecto la transición hacia la circularidad generaría importantes cambios en el mundo del trabajo. Pérdida de empleos en sectores lineales que podrían ser compensados, de planificarse adecuadamente, con la creación en otros indispensables para asegurar la circularidad. Además, habrá de configurar un adecuado marco normativo para que el empleo creado posea unos niveles de calidad, al menos, idénticos al de los trabajos abandonados. Sin embargo, es curioso que, prácticamente en ningún caso, se incorpore, en las múltiples definiciones sobre economía circular, el componente de la calidad del trabajo resultado de tal transición (Kirchhner, Reike y Hekkert, 2017; JUST2CE, 2021, p. 37).
Nuestro estudio partirá de un recorrido por las normas y documentos elaborados con el objetivo teórico de favorecer este nuevo modelo paradigma para, a continuación, abordar unas reflexiones sobre el papel del trabajo y su calidad en tales instrumentos normativos. Concluiremos con la selección de algunas de las posibles consecuencias negativas que el tránsito hacia una mayor circularidad en el actual modelo económico puede acarrear para los trabajadores implicados en dicha transformación.